miércoles, 16 de marzo de 2016

Fácil, rápido y efímero.



Esta semana leía sobre una red social llamada Snapchat y el boom por el que está pasando. Su éxito radica, entiendo, en que todo lo que uno publica se autodestruye en un tiempo determinado. 


Debo ser honesta: No he entendido demasiado bien la dinámica allí. Eso me hace sentir que realmente no soy su público objetivo, pero independientemente de que yo no sea la usuaria ideal para Snapchat, de todo lo que leí y estudié, me quedó una reflexión profunda: El mundo pide cada vez más contenidos digitales efímeros. Esto me ha impresionado porque creo que esta demanda no solo se refiere a lo digital, sino que si lo pensamos bien, se extiende día a día a más ámbitos de la vida. 


Según leí, las personas entran a Snapchat dejando a un lado redes sociales como Twitter, porque es una red más privada en tanto que nada de lo que allí se publica queda guardado. Además que los vídeos son breves, las frases contundentes y las fotos superdivertidas, por supuesto.


Pienso que como Snapchat, ahora todo es así. Las personas cada vez leen textos más sucintos, buscan imágenes más fáciles de comprender, ven vídeos más cortos, ¡ahora uno de 8 minutos es muy extenso! Hoy todos en la oficina están esperando presentaciones dinámicas, móviles y atrás quedó el lento y aburrido Power Point y varias reuniones nos desesperan porque creemos que bien podrían ser e-mails concretos. 


Los blogs como este comienzan a ser espacios obsoletos porque pocas personas alcanzan a leer hasta el final y porque, siendo honestos, nada de lo que aquí se muestra es divertido o nuevo o impactante, son solo palabras. Cada vez menos gente entra a las librerías preguntando por Moby-Dick, Los Miserables, La Montaña Mágica, Las Ilusiones Perdidas, Guerra y Paz..., no porque sean obras "difíciles", sino porque tienen la sensación que son libros que nunca alcanzarán a leer. Hoy las películas de más de dos horas son consideradas "lentas" y las obras de teatro no deberían pasar de hora y media. Igual sucede con los museos, exceptuando los gigantes de Nueva York, París, Madrid, Washington..., los cuales deben estar diseñados para recorrerlos en menos de medio día.


Uno pensaría, mirando "hacia afuera", que son entonces las artes las que se ven más afectadas, pero yo creo que en el fondo somos nosotros quienes más nos perjudicamos por este afán de contenidos rápidos, fáciles y efímeros. Las conversaciones se han vuelto un poco así y los encuentros con amigos se extienden solo en situaciones que nos pongan a todos eufóricos. Volvemos a lo mismo: la necesidad de algo extraordinario para conectarnos. 


Lo fácil, diferente a lo simple, es ahora lo más consumido pero a su vez lo más despreciado y yo no dejo de preguntarme qué fue lo que nos pasó. Antes el hombre tenía una necesidad de hacer historia, de dejar huella, de crear cosas indestructibles en el tiempo. No soy de las que cree que todo tiempo pasado fue mejor, pero en este caso tiendo a pensar que sí, que ese pasado en el que nos esforzábamos más por tener ideas brillantes que cambiaran al mundo es mucho más bello o por lo menos más romántico que el tiempo que ahora vivimos. 


Lo más aterrador para mí, es que esa necesidad de facilidad y rapidez se va colando por todas las ranuras de nuestro espíritu haciendo que amemos, soñemos, pensemos, nos comuniquemos y recordemos así. 


No deja de decepcionarme esa actitud frente a los contenidos digitales, pues todos los días trabajo en crear contenidos de valor para distintas entidades que, paradójicamente, exigen cada vez más precisión mientras que los consumidores cada vez exigen menos, porque, seamos claros: Si como consumidores nos volviéramos realmente exigentes, sencillamente empezaríamos a desechar toda la basura que vemos a diario por distintos canales. Pero más que decepcionarme, me angustia pensar que un día, en esta vorágine que pareciera ser solo digital, terminemos por no querer absolutamente nada que dure, nada que nos rete emocional e intelectualmente, nada que nos mueva el espíritu. Me angustia que terminemos queriendo eso: NADA. 


miércoles, 9 de marzo de 2016

Kafka también sentía miedo.

Llevo toda la mañana escribiendo y, a su vez, borrando lo escrito. Ha sido terrible esforzarme en crear algo que me deje tranquila leerlo.

Para quienes vivimos, literalmente, de escribir, es muy difícil estos días en que nada de lo que hacemos nos gusta, nos calma. En días como hoy nos volvemos insoportablemente crueles al considerar que todo es desechable: lo que escribimos, pensamos, soñamos, creamos.

Respiro. Pienso que no vivo de hacer libros y que lo mío no es tan "grave" en tanto que son textos especiales hechos a la medida de mis clientes. Respiro. Vuelvo a pensar que toda escritura, ficción o no, tiene su mística, y que, por tanto, el pensamiento anterior no tiene sentido. 

No pretendo hacer aquí una exposición de lo particularmente difícil que resulta el oficio de escribir. En realidad, creo que todos, escribamos o no, nos despertamos un día juzgando todas nuestras ideas como malas. Es humano, creo, tener un día en que nos reprochamos todo cuanto hacemos. 

Para estos días, siempre recurro a un libro especial que me llevó a escribir este segundo texto del blog: Cartas a Felice, de Franz Kafka. 

Este libro es increíblemente especial para mí porque, aunque fue un regalo que le hice a David hace unos años, terminó siendo mi tabla de salvación para estos días en que nada de lo mío-mío me gusta. 

En este libro se encuentra una recopilación de las cartas que le escribió Kafka a su novia Felice de 1912 a 1917, donde le cuenta todos sus sentimientos y pensamientos del día a día, incluyendo, por supuesto, aquellos que tenía mientras escribía algunas de sus obras más notables.

Hoy abrí el libro en la página 159 y me encontré con una carta que escribió la noche del 14 de diciembre de 1912 donde expresa lo cansado e inconforme que está con su libro Contemplación. "...Si tuviera fuerza suficiente para seguir mi inclinación más profunda, estrujaría cuanto llevo hecho de la novela, y lo tiraría por la ventana", dice. Y así tal cual me siento yo.

Siempre será impresionante para mí leer en otros, en otros tan grandes como Kafka, cosas que yo siento desde mi escritorio. Ver que lo humano no deja de tocar a las mentes más brillantes de nuestra historia y que la fragilidad puede ser una de las características más bellas y a su vez más subvaloradas por el hombre. 

Estos textos de Kafka, que bien podrían considerarlos ustedes como lecturas no apropiadas para estos días, me han salvado la vida porque gracias a ellos entiendo que genialidades de la literatura como él pasaron por lo mismo que yo paso a menudo: creer que lo que escribo, hago o ideo no sirve. Y es tan impresionante la lucha en que se sumerge Kafka por salvar sus textos de sus impulsos, por trabajar sus ideas hasta presentarlas correctamente, por continuar escribiendo aunque sea doloroso, que me da valor para continuar en la lucha conmigo misma. 

Las cartas de Kafka me han enseñado que todos tenemos que luchar con nuestros demonios interiores y que de diferentes maneras logramos mantenernos a flote. En estas cartas, por ejemplo, es evidente que el amor lo salva  de múltiples impulsos auto destructivos. Y eso es hermoso. También es un ejemplo poderoso y por eso escribí aquí, porque creo que alguien también pude verse salvado por este maravilloso libro pero, sobretodo, por el amor, propio o de otro. 






Del 14 al 15, XII, 12. 


Mi amor, hoy estoy excesivamente cansado, y también demasiado descontento con mi trabajo (si tuviera fuerza suficiente para seguir mi inclinación más profunda, estrujaría cuanto llevo hecho de la novela, y lo tiraría por la ventana) para escribirte más que unas pocas líneas; pero te las tengo que escribir, a fin de que la última palabra escrita antes de dormirme esté dirigida a ti, y que todo, sueño y vigilia, adquiera en el último momento un sentido verdadero, el sentido que mi palabrería no es capaz de conferirle. 

Buenas noches, pobre y atormentado amor mío. Sobre mis cartas pesa una maldición que ni la más encantadora de las manos puede conjurar. Incluso cuando los tormentos que te ocasionan de modo inmediato han pasado ya, cobran nuevas fuerzas y se ponen a atormentar bajo una forma inédita y miserable. ¡Pobre niña querida y eternamente fatigada! La respuesta en broma a la pregunta en broma: no puedo sufrirte, amor mío.

¡Qué viento huracanado hace fuera! Y yo aquí sentado, con esta pesadez de ánimo delante del papel, sin poder hacerme a la idea de que llegará un momento en que esta carta la tendrás en tus manos, y la noción de la gran distancia que nos separa hace que sienta una opresión en el pecho. ¡No llores, mi amor! ¡Cómo se las arreglará esa apacible muchacha que vi aquella tarde, cómo se las arreglará para llorar! ¡Y cómo me las arreglo yo para dejar que llore y no estar a su lado! ¡Pero no hay motivo para llorar, mi amor! Espera, mañana se me ocurrirán, tienen que ocurrírseme, las ideas más maravillosas, más consoladoras, más ingeniosas, que vengan en nuestra ayuda para encontrar solución a lo de la posible lectura de cartas efectuada por tu madre. Por lo tanto estate tranquila, si mi mano cargada de amor, y por consiguiente de magia, alzada en este instante en dirección a Berlín tiene alguna significación, estate tranquila al menos el domingo. ¿He conseguido algo? ¿Es que voy a acabar yéndome a la cama no solo habiendo fracasado en lo que a mi novela se refiere, sino también respecto a ti? Si fuera así, que me lleve el diablo, y que lo haga con la violencia del huracán que aúlla fuera. Pero no, seguramente hoy bailarás y te seguirás fatigando. No te estoy haciendo ningún reproche, mi amor, lo único que quisiera es ayudarte, pero no sé cómo. Los auténticos consejeros no me parecen en nada, esa es la verdad. Buenas noches. Me doy cuenta de que a fuerza de cansancio no hago otra cosa que decir las mismas cosas continuamente, lo hago para mi satisfacción, para aligerarme el corazón, sin pensar que tus llorosos, rendidos de fatiga y desde mi lejanía besados ojos, las leerán también.