miércoles, 9 de marzo de 2016

Kafka también sentía miedo.

Llevo toda la mañana escribiendo y, a su vez, borrando lo escrito. Ha sido terrible esforzarme en crear algo que me deje tranquila leerlo.

Para quienes vivimos, literalmente, de escribir, es muy difícil estos días en que nada de lo que hacemos nos gusta, nos calma. En días como hoy nos volvemos insoportablemente crueles al considerar que todo es desechable: lo que escribimos, pensamos, soñamos, creamos.

Respiro. Pienso que no vivo de hacer libros y que lo mío no es tan "grave" en tanto que son textos especiales hechos a la medida de mis clientes. Respiro. Vuelvo a pensar que toda escritura, ficción o no, tiene su mística, y que, por tanto, el pensamiento anterior no tiene sentido. 

No pretendo hacer aquí una exposición de lo particularmente difícil que resulta el oficio de escribir. En realidad, creo que todos, escribamos o no, nos despertamos un día juzgando todas nuestras ideas como malas. Es humano, creo, tener un día en que nos reprochamos todo cuanto hacemos. 

Para estos días, siempre recurro a un libro especial que me llevó a escribir este segundo texto del blog: Cartas a Felice, de Franz Kafka. 

Este libro es increíblemente especial para mí porque, aunque fue un regalo que le hice a David hace unos años, terminó siendo mi tabla de salvación para estos días en que nada de lo mío-mío me gusta. 

En este libro se encuentra una recopilación de las cartas que le escribió Kafka a su novia Felice de 1912 a 1917, donde le cuenta todos sus sentimientos y pensamientos del día a día, incluyendo, por supuesto, aquellos que tenía mientras escribía algunas de sus obras más notables.

Hoy abrí el libro en la página 159 y me encontré con una carta que escribió la noche del 14 de diciembre de 1912 donde expresa lo cansado e inconforme que está con su libro Contemplación. "...Si tuviera fuerza suficiente para seguir mi inclinación más profunda, estrujaría cuanto llevo hecho de la novela, y lo tiraría por la ventana", dice. Y así tal cual me siento yo.

Siempre será impresionante para mí leer en otros, en otros tan grandes como Kafka, cosas que yo siento desde mi escritorio. Ver que lo humano no deja de tocar a las mentes más brillantes de nuestra historia y que la fragilidad puede ser una de las características más bellas y a su vez más subvaloradas por el hombre. 

Estos textos de Kafka, que bien podrían considerarlos ustedes como lecturas no apropiadas para estos días, me han salvado la vida porque gracias a ellos entiendo que genialidades de la literatura como él pasaron por lo mismo que yo paso a menudo: creer que lo que escribo, hago o ideo no sirve. Y es tan impresionante la lucha en que se sumerge Kafka por salvar sus textos de sus impulsos, por trabajar sus ideas hasta presentarlas correctamente, por continuar escribiendo aunque sea doloroso, que me da valor para continuar en la lucha conmigo misma. 

Las cartas de Kafka me han enseñado que todos tenemos que luchar con nuestros demonios interiores y que de diferentes maneras logramos mantenernos a flote. En estas cartas, por ejemplo, es evidente que el amor lo salva  de múltiples impulsos auto destructivos. Y eso es hermoso. También es un ejemplo poderoso y por eso escribí aquí, porque creo que alguien también pude verse salvado por este maravilloso libro pero, sobretodo, por el amor, propio o de otro. 






Del 14 al 15, XII, 12. 


Mi amor, hoy estoy excesivamente cansado, y también demasiado descontento con mi trabajo (si tuviera fuerza suficiente para seguir mi inclinación más profunda, estrujaría cuanto llevo hecho de la novela, y lo tiraría por la ventana) para escribirte más que unas pocas líneas; pero te las tengo que escribir, a fin de que la última palabra escrita antes de dormirme esté dirigida a ti, y que todo, sueño y vigilia, adquiera en el último momento un sentido verdadero, el sentido que mi palabrería no es capaz de conferirle. 

Buenas noches, pobre y atormentado amor mío. Sobre mis cartas pesa una maldición que ni la más encantadora de las manos puede conjurar. Incluso cuando los tormentos que te ocasionan de modo inmediato han pasado ya, cobran nuevas fuerzas y se ponen a atormentar bajo una forma inédita y miserable. ¡Pobre niña querida y eternamente fatigada! La respuesta en broma a la pregunta en broma: no puedo sufrirte, amor mío.

¡Qué viento huracanado hace fuera! Y yo aquí sentado, con esta pesadez de ánimo delante del papel, sin poder hacerme a la idea de que llegará un momento en que esta carta la tendrás en tus manos, y la noción de la gran distancia que nos separa hace que sienta una opresión en el pecho. ¡No llores, mi amor! ¡Cómo se las arreglará esa apacible muchacha que vi aquella tarde, cómo se las arreglará para llorar! ¡Y cómo me las arreglo yo para dejar que llore y no estar a su lado! ¡Pero no hay motivo para llorar, mi amor! Espera, mañana se me ocurrirán, tienen que ocurrírseme, las ideas más maravillosas, más consoladoras, más ingeniosas, que vengan en nuestra ayuda para encontrar solución a lo de la posible lectura de cartas efectuada por tu madre. Por lo tanto estate tranquila, si mi mano cargada de amor, y por consiguiente de magia, alzada en este instante en dirección a Berlín tiene alguna significación, estate tranquila al menos el domingo. ¿He conseguido algo? ¿Es que voy a acabar yéndome a la cama no solo habiendo fracasado en lo que a mi novela se refiere, sino también respecto a ti? Si fuera así, que me lleve el diablo, y que lo haga con la violencia del huracán que aúlla fuera. Pero no, seguramente hoy bailarás y te seguirás fatigando. No te estoy haciendo ningún reproche, mi amor, lo único que quisiera es ayudarte, pero no sé cómo. Los auténticos consejeros no me parecen en nada, esa es la verdad. Buenas noches. Me doy cuenta de que a fuerza de cansancio no hago otra cosa que decir las mismas cosas continuamente, lo hago para mi satisfacción, para aligerarme el corazón, sin pensar que tus llorosos, rendidos de fatiga y desde mi lejanía besados ojos, las leerán también. 







1 comentario:

  1. Pienso que todos los que alguna vez hemos escrito pasamos por esas preguntas. Hace poco una amiga que escribe su primera novela se preguntaba si el mundo necesita una novela suya. No lo sé, pero mejor sacar la historia y no que muera adentro.

    Qué diferente suena Kafka en esa carta.

    Abrazos.

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