domingo, 2 de octubre de 2016

El SÍ de la vida.

Esta nota la escribo dedicada a todas las personas que hoy votarán NO de una u otra manera, porque marcar SÍ en el tarjetón no necesariamente es decirle sí a la paz.
Quiero contarles algo que me ha pasado el último mes.

En los últimos 30 días he recibido incontables no. Uno más fuerte e intransigente que el anterior. Uno más enfático, rayando con lo brusco, que el anterior. He perdido la cuenta ya de cuántos "no" he leído y escuchado ante propuestas de conversar, de re-evaluar, de pensar en nuestra historia y estudiar lo bueno y lo regular, de encontrarnos, mirarnos a los ojos y reconocernos, de escucharnos con serenidad, con el corazón abierto y el alma dispuesta; de cogernos las manos, de tratar de comprender al otro, de respetar sus sentimientos, de amar, de volver a amar, de trabajar, de no rendirnos, de soñar, de buscar caminos con creatividad y paciencia, de hacer un nuevo intento, de construir un mundo nuevo, de creer en el otro y en nosotros mismos, de ver la bondad del otro, la fe, el cariño, la generosidad, el esfuerzo, la intención de ser mejor, en fin... No tras no ante propuestas que hoy me parecen más sensatas y más claras que nunca y que me han mostrado todo lo que soy, lo que puedo ser y todo lo que creo.

Por todo esto he pensado finalmente que la vida merece un sí. Un sí rotundo. Un sí después de tanto esfuerzo y dolor; un sí que sea como un bálsamo después de tantas caídas. Que todos merecemos un sí especialmente en momentos difíciles. Un sí de parte del otro, de la vida y, sobretodo, de nosotros mismos. Que todos y cada uno merecemos no solo una, sino miles de oportunidades para pensarnos, reivindicarnos, demostrarle al otro y a nosotros mismos que podemos ser mejores, más conscientes, más amorosos, más intensos, más apasionados, más constantes, más positivos, más buena onda, más arriesgados, más felices.

Todos merecemos, hoy especialmente, dar y recibir un sí. Y votar sí no necesariamente es creer y trabajar por la paz porque ésta, como ya saben, no es un tema que le compete solo al Estado, al Ejército, a las empresas privadas, a las universidades, a las ONG, a los líderes políticos y empresariales, a la prensa o las FARC. La paz es una responsabilidad de todos que inicia en el corazón, aunque suene cliché, y que va hasta la acción diaria: pequeños gestos y grandes intenciones. Si hoy decimos "sí", no es un sí para Santos, para las FARC o para un Estado "castrochavista". Es un sí para nosotros, para darnos la oportunidad, una más (¿qué importa cuántas veces ya lo hayamos hecho? ¿De qué sirve contar cuántos intentos llevamos?), de amar, de perdonar, de sanar, de olvidar, de reconstruir, de convivir mejor, de escuchar, de hablar, de acercarnos, de confiar, de tener fe, de ver la foto completa. Hoy deberíamos decirnos que sí para ser mejores, para sonreír cada día, para amar más fuerte, para dedicarnos más a lo importante, para ver lo esencial, para no desechar nuestros sueños y nuestro esfuerzo por alcanzarlos, para guardar y proteger lo que nos hace mejores y lo que nos ha traído hasta aquí: la esperanza, el amor, la convicción y la fuerza interior.

Cada "no" de estos 30 días ha sido como una flecha al corazón, se los digo. Y así son los "no" siempre, incluso los de hoy impresos en un papel. Así son también los NO disfrazados de SÍ o los sí que no se dan de manera consciente. Todos los no se convierten en flechas al corazón de cada uno que va desangrando, literalmente, a Colombia. Y aunque puede leerse algo obvio el símil, todas esas negaciones son las que en efecto van dejando sin fuerza, sin esperanza, llena de inseguridades, de tristeza y en unos días de rencor a cada colombiano.No piensen por favor que creo en sí llenos de certezas, de seguridad, sí ilusos que creen que mañana amaneceremos respirando paz y "borrón y cuenta nueva". Creo en los sí que dudan, que tienen algo de miedo, sí un poco inseguros porque esos sí son los más humanos. Los sí que nos damos sabiendo que no es fácil, que hay que esforzarse, que hay que amar aún más fuerte, que hay que abrir los ojos y el corazón para ver, que hay aprender a ser pacientes, a respirar profundo, a ser compasivos, a escuchar mejor, a ser más humildes y menos egoístas. Creo en lo sí que uno da movido esencialmente por la humanidad y, honestamente, desprecio los no que se dan llenos de "claridad", convicción y que no son capaces de moverse un milímetro de su puesto ante la duda. No puedo valorar ni aceptar un no que me asegure ser sincero porque indica que se desconoce una historia, múltiples esfuerzos, convicciones, palabras y reflexiones.

A todos los que decidieron votar hoy: los invito a regalarse un sí. Más allá de que el acuerdo de La Habana sea imperfecto que ya todos sabemos que lo es o que sea económica viable que ya todos dudamos que lo sea... Este es el sí de la vida. Un sí lleno de amor, de esperanza, de luz. Dense el sí del perdón, del respeto, del cuidado, del futuro. Un sí valiente y generoso. ¡Crean en segundas oportunidades! O si lo prefieren, crean en segundos capítulos que pueden ser sorprendentes.Sepan que el sí es únicamente para ustedes porque cada uno es víctima de esta historia de dolor, desesperación y cansancio. No hay víctimas ni victimarios. Somos todos teniendo el mismo sufrimiento con la misma intensidad. Sepan también que el sí trae letra menuda: hay que amar a sus parejas, cuidarlas; amar a su familia, respetarla; amar a los amigos, agradecerles; amar a los animales, protegerlos; amar su casa, admirarla; amar su lugar en el mundo, trabajar por conservarlo; amar cada noche y cada mañana; amar el amor que se nos ofrece; amar al vecino y al portero, saludarlos y desearles buen día; amarse a uno mismo, confiar; amar a las personas que han pasado por nuestra vida, saberlas apreciar desde el presente; amar las situaciones difíciles porque nos hacen fuertes; amar las enseñanzas, recibirlas con los brazos abiertos; amar las inseguridades y las debilidades del otro, aprender la compasión; amar la tristeza porque es necesaria; amar la alegría que es efímera; amar vivir, amar soñar, amar, amar y amar. Esa es la paz que tanto soñamos: una paz que se compone de amor pero el amor, ya lo sabemos, no es fácil siempre. Es exigente, tiene sus precipicios y sus manantiales, tiene sus encuentros y desencuentros, tiene sus desencantos y sus alivios, tiene sus claridades y sus oscuridades. Pero al final es amor lo que más nos llena y lo que más buscamos y realmente es imposible de alcanzarlo mientras día a día sigamos cerrando puertas diciendo "no".

martes, 5 de abril de 2016

Problemas con el colegio. Parte I: El uniforme

Mis problemas con el colegio son varios. Lo interesante es que éstos han crecido con el pasar de los años y no al revés -como supongo que le pasa a cualquier persona- a medida que maduro mis reflexiones sobre varios temas que considero clave hoy día.

Cada vez que pienso en mi colegio le encuentro un defecto más a la educación que recibí allí. Normalmente mis reflexiones sobre esta etapa de mi vida tienen lugar en el silencio y eventualmente, con un buen vino y una buena compañía, hablo del colegio con humor. Pero la verdad es que nunca me había atrevido a escribir sobre este tema, ni siquiera en la intimidad, porque muy en el fondo todavía creo que la madre superiora vendrá a reprimirme fuertemente. Y esto da risa, pero también da miedo.

El miedo es un tema amplio. Pienso que tiene aristas profundas que si uno las estudia con detenimiento es probable que comience a encontrar explicaciones y soluciones a varios problemas actuales.

En mi colegio todo funcionaba porque las estudiantes sentíamos miedo o, por lo menos, eso querían hacernos sentir. Miedo a perder un examen, miedo a las religiosas, miedo a la rectora, miedo a las profesoras, miedo al sexo, miedo a los hombres, miedo al fracaso, miedo a expresarnos libremente, miedo a ser niñas diferentes, miedo a que nos dejara de querer una amiga, miedo a no ser aceptadas por nuestros padres, miedo a no conseguir novio, miedo a engordar, miedo a ser ignoradas por la sociedad, miedo a la libertad, miedo al poder, miedo a la independencia, miedo al cuerpo.

Esta semana me estuve preguntando por qué de mi colegio salieron solo dos tipos de mujeres: unas que exhiben su cuerpo y otras que, por el contrario, tratan de ocultarlo. Dos extremos igual de problemáticos.

No he conocido ninguna ex alumna, tanto de mi generación como de otras, que tenga una relación con su cuerpo sana y tranquila. Todas tenemos algún complejo, así sea mínimo. Todas queremos ocultar algo, aunque hay otras que sin duda quieren mostrarlo todo.

Mi teoría es la relación que tuvimos con el uniforme que en una palabra es: Desastrosa.

El uniforme de mi colegio es muy feo. Empecemos por ahí. Obviamente las directivas jamás estudiaron la teoría del color ya que para ellas era absolutamente innecesario. Simplemente decidieron que el rojo es un color "interesante" para llevarlo diario y nunca hicieron el ejercicio de preguntarse por qué éste se usa principalmente en señales de alerta o peligro, en escenarios de poder o en asociaciones sexuales. No sé entonces de dónde salió que el rojo era un color ideal para que durante 12 años de vida una niña lo lleve a diario. A veces pienso que podría ser por su "parentesco" con el rosado (otro lugar común problemático en la educación de las niñas), ya que si uno observa de lejos a una estudiante se confunde el rojo con el rosado.

Podríamos preguntarnos ahora qué efectos trae esto psicológicamente, pero seguro ya hay tesis doctorales al respecto y estamos de acuerdo que nada bueno.

El uniforme del colegio no tenía ninguna forma, parecía un costal. Literalmente. Esto era totalmente intencional. Nuestro uniforme era una barrera para conocer nuestro cuerpo y, más aún, para mostrarlo. Era un uniforme que atrapaba toda forma femenina y la ocultaba bruscamente. Yo lo veo como una prisión. Nadie se podía marcar la cintura, tampoco subirle el ruedo a la falda y menos abrirse un poco el peto (sección del pecho). No podíamos modificar el uniforme, ni siquiera por comodidad, porque eso significaba una reprimenda inmediata.

Yo recuerdo el uniforme de mi colegio como una túnica que desconocía de principio a fin el cuerpo femenino, no solo el de las mujeres con caderas, piernas o senos grandes; sino también el cuerpo de aquellas mujeres altas, otras más delgadas, etc. No importaba cuál fuera el cuerpo que habitaras, con el uniforme rojo eras igual a otra. Y esto no es cierto: Ninguna mujer es igual a otra por el simple hecho de tener una vagina. Esto lo supimos después con la moda, cuando nos dimos cuenta que lo que le queda lindo a Angelina Jolie no necesariamente nos queda lindo a todas, ¿verdad?

Esa relación con el uniforme, insisto, fue la que nos marcó a muchas mujeres, pues crecimos pensando de alguna manera que nuestro cuerpo tiene algo malo, algo que debemos ocultar. Recuerdo que las niñas más atrevidas mostraban su cuerpo luego de salir de clases a las 3:00 pm. Se subían la falda con alguna artimaña y finalmente se sentían libres de mostrar sus piernas 10cm más arriba de la rodilla. Pero eso es otra cosa terrible pues el mensaje, creo, es que solo podías gozar de tu cuerpo de manera secreta, sin que nadie con "autoridad" te viera. Otras niñas simplemente llegábamos a casa a deshacernos de ese talego lo más pronto posible.

Yo nunca me sentí bien. Siempre pensé que al ser bajita, flaquita y poco tetona era menos bonita. Además, con el uniforme nada parecía sobresalir en mí. No tenía gruesas o largas piernas, grandes senos... Era una niña muy... "normal". Hoy sigo pensando un poco eso pero he encontrado que mi estética es la que yo decidí tener con conciencia y seguridad, pues en algún momento que tuve la oportunidad de practicarme a mis 15 años una cirugía estética lo rechacé rotundamente. Pero de eso podremos hablar después. Aún así, quienes prefirieron la cirugía estética, algo legítimo, debo decir que el colegio tampoco fue el escenario para disfrutar de ella, pues las dos nuevas bolsas de silicona se tenían que acomodar sí o sí en ese costal.

Mi colegio fue un espacio de prohibiciones, especialmente en el sentido de expresión. Nadie debía llevar las uñas de un color distinto al blanco o al natural. Tampoco podíamos tinturarnos el pelo con colores fuertes, y a "colores fuertes" me refiero a lo que las monjas decidieran arbitrariamente qué lo era. No podíamos llevar aretes grandes o largos ni de colores diferentes a los del uniforme y no se permitía llevar pulseras. No podíamos tener chaquetas diferentes a las que proponía el colegio y, obviamente, estaba prohibido maquillarnos. En resumen: toda expresión de nuestra feminidad era censurada.

Muchos se impresionarán. Un espacio así hoy parece de película de terror. Bueno, de hecho yo creo que en ese momento lo era.

Lo más increíble es que esta semana este colegio del que hablo, donde las niñas no pueden ser demasiado niñas, donde no pueden expresarse libremente, donde no pueden conocer su cuerpo y disfrutarlo sin algún tabú, donde no pueden elegir colores en su vida, ha sido considerado uno de los mejores del país y yo me pregunto cuáles son los criterios para decidir eso, ¿exámenes? ¿Pruebas?

No soy una experta en educación, no quiero darme ese título. Solo quiero dejar esta pregunta que surge de mi experiencia: ¿De qué le sirve al mundo cientos de mujeres con excelentes resultados en pruebas estatales si el resto de su vida tendrán que librar una lucha con su propio cuerpo?




miércoles, 16 de marzo de 2016

Fácil, rápido y efímero.



Esta semana leía sobre una red social llamada Snapchat y el boom por el que está pasando. Su éxito radica, entiendo, en que todo lo que uno publica se autodestruye en un tiempo determinado. 


Debo ser honesta: No he entendido demasiado bien la dinámica allí. Eso me hace sentir que realmente no soy su público objetivo, pero independientemente de que yo no sea la usuaria ideal para Snapchat, de todo lo que leí y estudié, me quedó una reflexión profunda: El mundo pide cada vez más contenidos digitales efímeros. Esto me ha impresionado porque creo que esta demanda no solo se refiere a lo digital, sino que si lo pensamos bien, se extiende día a día a más ámbitos de la vida. 


Según leí, las personas entran a Snapchat dejando a un lado redes sociales como Twitter, porque es una red más privada en tanto que nada de lo que allí se publica queda guardado. Además que los vídeos son breves, las frases contundentes y las fotos superdivertidas, por supuesto.


Pienso que como Snapchat, ahora todo es así. Las personas cada vez leen textos más sucintos, buscan imágenes más fáciles de comprender, ven vídeos más cortos, ¡ahora uno de 8 minutos es muy extenso! Hoy todos en la oficina están esperando presentaciones dinámicas, móviles y atrás quedó el lento y aburrido Power Point y varias reuniones nos desesperan porque creemos que bien podrían ser e-mails concretos. 


Los blogs como este comienzan a ser espacios obsoletos porque pocas personas alcanzan a leer hasta el final y porque, siendo honestos, nada de lo que aquí se muestra es divertido o nuevo o impactante, son solo palabras. Cada vez menos gente entra a las librerías preguntando por Moby-Dick, Los Miserables, La Montaña Mágica, Las Ilusiones Perdidas, Guerra y Paz..., no porque sean obras "difíciles", sino porque tienen la sensación que son libros que nunca alcanzarán a leer. Hoy las películas de más de dos horas son consideradas "lentas" y las obras de teatro no deberían pasar de hora y media. Igual sucede con los museos, exceptuando los gigantes de Nueva York, París, Madrid, Washington..., los cuales deben estar diseñados para recorrerlos en menos de medio día.


Uno pensaría, mirando "hacia afuera", que son entonces las artes las que se ven más afectadas, pero yo creo que en el fondo somos nosotros quienes más nos perjudicamos por este afán de contenidos rápidos, fáciles y efímeros. Las conversaciones se han vuelto un poco así y los encuentros con amigos se extienden solo en situaciones que nos pongan a todos eufóricos. Volvemos a lo mismo: la necesidad de algo extraordinario para conectarnos. 


Lo fácil, diferente a lo simple, es ahora lo más consumido pero a su vez lo más despreciado y yo no dejo de preguntarme qué fue lo que nos pasó. Antes el hombre tenía una necesidad de hacer historia, de dejar huella, de crear cosas indestructibles en el tiempo. No soy de las que cree que todo tiempo pasado fue mejor, pero en este caso tiendo a pensar que sí, que ese pasado en el que nos esforzábamos más por tener ideas brillantes que cambiaran al mundo es mucho más bello o por lo menos más romántico que el tiempo que ahora vivimos. 


Lo más aterrador para mí, es que esa necesidad de facilidad y rapidez se va colando por todas las ranuras de nuestro espíritu haciendo que amemos, soñemos, pensemos, nos comuniquemos y recordemos así. 


No deja de decepcionarme esa actitud frente a los contenidos digitales, pues todos los días trabajo en crear contenidos de valor para distintas entidades que, paradójicamente, exigen cada vez más precisión mientras que los consumidores cada vez exigen menos, porque, seamos claros: Si como consumidores nos volviéramos realmente exigentes, sencillamente empezaríamos a desechar toda la basura que vemos a diario por distintos canales. Pero más que decepcionarme, me angustia pensar que un día, en esta vorágine que pareciera ser solo digital, terminemos por no querer absolutamente nada que dure, nada que nos rete emocional e intelectualmente, nada que nos mueva el espíritu. Me angustia que terminemos queriendo eso: NADA. 


miércoles, 9 de marzo de 2016

Kafka también sentía miedo.

Llevo toda la mañana escribiendo y, a su vez, borrando lo escrito. Ha sido terrible esforzarme en crear algo que me deje tranquila leerlo.

Para quienes vivimos, literalmente, de escribir, es muy difícil estos días en que nada de lo que hacemos nos gusta, nos calma. En días como hoy nos volvemos insoportablemente crueles al considerar que todo es desechable: lo que escribimos, pensamos, soñamos, creamos.

Respiro. Pienso que no vivo de hacer libros y que lo mío no es tan "grave" en tanto que son textos especiales hechos a la medida de mis clientes. Respiro. Vuelvo a pensar que toda escritura, ficción o no, tiene su mística, y que, por tanto, el pensamiento anterior no tiene sentido. 

No pretendo hacer aquí una exposición de lo particularmente difícil que resulta el oficio de escribir. En realidad, creo que todos, escribamos o no, nos despertamos un día juzgando todas nuestras ideas como malas. Es humano, creo, tener un día en que nos reprochamos todo cuanto hacemos. 

Para estos días, siempre recurro a un libro especial que me llevó a escribir este segundo texto del blog: Cartas a Felice, de Franz Kafka. 

Este libro es increíblemente especial para mí porque, aunque fue un regalo que le hice a David hace unos años, terminó siendo mi tabla de salvación para estos días en que nada de lo mío-mío me gusta. 

En este libro se encuentra una recopilación de las cartas que le escribió Kafka a su novia Felice de 1912 a 1917, donde le cuenta todos sus sentimientos y pensamientos del día a día, incluyendo, por supuesto, aquellos que tenía mientras escribía algunas de sus obras más notables.

Hoy abrí el libro en la página 159 y me encontré con una carta que escribió la noche del 14 de diciembre de 1912 donde expresa lo cansado e inconforme que está con su libro Contemplación. "...Si tuviera fuerza suficiente para seguir mi inclinación más profunda, estrujaría cuanto llevo hecho de la novela, y lo tiraría por la ventana", dice. Y así tal cual me siento yo.

Siempre será impresionante para mí leer en otros, en otros tan grandes como Kafka, cosas que yo siento desde mi escritorio. Ver que lo humano no deja de tocar a las mentes más brillantes de nuestra historia y que la fragilidad puede ser una de las características más bellas y a su vez más subvaloradas por el hombre. 

Estos textos de Kafka, que bien podrían considerarlos ustedes como lecturas no apropiadas para estos días, me han salvado la vida porque gracias a ellos entiendo que genialidades de la literatura como él pasaron por lo mismo que yo paso a menudo: creer que lo que escribo, hago o ideo no sirve. Y es tan impresionante la lucha en que se sumerge Kafka por salvar sus textos de sus impulsos, por trabajar sus ideas hasta presentarlas correctamente, por continuar escribiendo aunque sea doloroso, que me da valor para continuar en la lucha conmigo misma. 

Las cartas de Kafka me han enseñado que todos tenemos que luchar con nuestros demonios interiores y que de diferentes maneras logramos mantenernos a flote. En estas cartas, por ejemplo, es evidente que el amor lo salva  de múltiples impulsos auto destructivos. Y eso es hermoso. También es un ejemplo poderoso y por eso escribí aquí, porque creo que alguien también pude verse salvado por este maravilloso libro pero, sobretodo, por el amor, propio o de otro. 






Del 14 al 15, XII, 12. 


Mi amor, hoy estoy excesivamente cansado, y también demasiado descontento con mi trabajo (si tuviera fuerza suficiente para seguir mi inclinación más profunda, estrujaría cuanto llevo hecho de la novela, y lo tiraría por la ventana) para escribirte más que unas pocas líneas; pero te las tengo que escribir, a fin de que la última palabra escrita antes de dormirme esté dirigida a ti, y que todo, sueño y vigilia, adquiera en el último momento un sentido verdadero, el sentido que mi palabrería no es capaz de conferirle. 

Buenas noches, pobre y atormentado amor mío. Sobre mis cartas pesa una maldición que ni la más encantadora de las manos puede conjurar. Incluso cuando los tormentos que te ocasionan de modo inmediato han pasado ya, cobran nuevas fuerzas y se ponen a atormentar bajo una forma inédita y miserable. ¡Pobre niña querida y eternamente fatigada! La respuesta en broma a la pregunta en broma: no puedo sufrirte, amor mío.

¡Qué viento huracanado hace fuera! Y yo aquí sentado, con esta pesadez de ánimo delante del papel, sin poder hacerme a la idea de que llegará un momento en que esta carta la tendrás en tus manos, y la noción de la gran distancia que nos separa hace que sienta una opresión en el pecho. ¡No llores, mi amor! ¡Cómo se las arreglará esa apacible muchacha que vi aquella tarde, cómo se las arreglará para llorar! ¡Y cómo me las arreglo yo para dejar que llore y no estar a su lado! ¡Pero no hay motivo para llorar, mi amor! Espera, mañana se me ocurrirán, tienen que ocurrírseme, las ideas más maravillosas, más consoladoras, más ingeniosas, que vengan en nuestra ayuda para encontrar solución a lo de la posible lectura de cartas efectuada por tu madre. Por lo tanto estate tranquila, si mi mano cargada de amor, y por consiguiente de magia, alzada en este instante en dirección a Berlín tiene alguna significación, estate tranquila al menos el domingo. ¿He conseguido algo? ¿Es que voy a acabar yéndome a la cama no solo habiendo fracasado en lo que a mi novela se refiere, sino también respecto a ti? Si fuera así, que me lleve el diablo, y que lo haga con la violencia del huracán que aúlla fuera. Pero no, seguramente hoy bailarás y te seguirás fatigando. No te estoy haciendo ningún reproche, mi amor, lo único que quisiera es ayudarte, pero no sé cómo. Los auténticos consejeros no me parecen en nada, esa es la verdad. Buenas noches. Me doy cuenta de que a fuerza de cansancio no hago otra cosa que decir las mismas cosas continuamente, lo hago para mi satisfacción, para aligerarme el corazón, sin pensar que tus llorosos, rendidos de fatiga y desde mi lejanía besados ojos, las leerán también. 







jueves, 21 de enero de 2016

Miedo

No recordaba el estremecimiento que produce escribir. El estremecimiento de primerizo, por supuesto.

Hace muchos años dejé de escribir. De escribir de verdad, para mí. No sé muy bien por qué. Por mil razones, diría yo: porque debía escribir cosas más importantes, más serias, más académicas, más reales... 

Luego "crecí" y la excusa de la relevancia de lo que escribiera se fue, pero ahora el tiempo, de repente, se fue acortando. Acortando para lo más importante para el alma, tal y como dicen que sucede cuando creces. 

No recuerdo a partir de qué momento las excusas no pararon, además de la escasez de tiempo. No solo no recuerdo ese momento tan oscuro, sino que no recuerdo ya todas las excusas que me inventé para frenar el impulso de escribir.

Después de una profunda reflexión sobre la escritura, que no llevó un día ni dos; ni significó pocas conversaciones (sola o con otros, reales o imaginarios), comprendí que todas las razones que me convencían de no escribir representaban distintos miedos. 

Los miedos que se apoderan de mí normalmente son muchos. O bueno, yo creo que son muchos y a lo mejor son pocos pero yo los hago reproducirse. Pero hay uno... Uno en especial que cada vez que vuelvo a él me deja inmóvil: el miedo al daño. 

Debo decir que ese miedo es reciente y adquirido y la escritura es quizás la manera más rápida y eficaz de sentirlo, no solo por lo obvio: que otros al leerte deseen hacerte pedazos con sus críticas; sino por las malas intenciones escondidas hacia uno mismo que llevan las palabras. 

En todo caso, aquí estoy. Abriendo un nuevo blog. Mucho más sencillo, más íntimo, más honesto y con menos pretensiones que el anterior. Con la poca valentía que creo tener ahora pero con un fuerte insomnio que me impulsó a escribir. 

Ahora no pienso en el éxito que pueda alcanzar con cada publicación o qué puedo lograr a través de este espacio; hoy solo pienso en el miedo que enfrento y en la libertad que anhelo tener, porque creo firmemente, hoy, que la libertad consiste en lograr vivir sin miedo.